Noveno Mandamiento
EL NOVENO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS ES:
NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS.
Este
mandamiento se refiere a los pecados internos contra la castidad: pensamientos
y deseos.
Completa
al sexto. Dice Jesucristo: «El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha
sido adúltero con ella en su corazón»(881).
Nuestra
moral cristiana no es una moral hipócrita, que se fija sólo en lo externo; al
contrario, exige una congruencia entre el acto interno de la voluntad y la
acción externa.
Hoy la
televisión propaga las fantasías sexuales. Es un modo de difundir la inmoralidad,
pues dicen los psicólogos que la idea lleva al acto. Por eso la moral católica
manda rechazar los pensamientos y deseos deshonestos.
Quien
sinceramente desea evitar un acto prohibido, debe evitar también el camino que
lleva a él. Se trata, naturalmente, de deseos de cosas prohibidas. Para los
esposos son lícitos los deseos de todo aquello a lo que tienen derecho.
Igualmente los novios pueden desear que llegue el día de su matrimonio.
Es claro
que para que haya pecado en este mandamiento, como en cualquier otro, es
necesario desear o recrearse voluntariamente en lo que está prohibido hacer.
Quien tiene malos pensamientos, imaginaciones o deseos contra su voluntad, no
peca. Sentir no es consentir. El sentir no depende muchas veces de nosotros; el
consentir, siempre. El pecado está en el consentir, no en el sentir.
Siente el
cuerpo, consiente el alma. Y quien peca es el alma, no el cuerpo.
No creas
que has consentido en un mal pensamiento porque haya durado más o menos. Puede
ocurrir que te presente la imaginación toda una película de cosas, que si se
piensan sin querer, no son pecado ninguno.
Puede un
pensamiento molestarte durante mucho tiempo, incluso durante días. Como una
mosca pegajosa que vuelve una y otra vez. Por muchas vueltas que te dé un
mosquito, mientras tú no le dejes, no te pica. Si tú no aceptas el mal
pensamiento, y haces todo lo posible por rechazarlo, no sólo no pecas, sino que
mereces, y mucho, a los ojos de Dios.
Debes
también distinguir entre el gusto y el consentimiento. Es muy posible que
sientas atracción por la cosa, que veas que te gusta, incluso que sufras
conmoción orgánica, y sin embargo tu voluntad esté rechazando todo esto.
Mientras tu voluntad no consienta en disfrutar de esa sensación, o en
deleitarte en ese mal pensamiento, no hay pecado ninguno. No es lo mismo sentir
una atracción que paladear un gusto. No es lo mismo experimentar una sensación,
que aprovecharla.
Para
vencer los malos pensamientos que importunan, lo mejor es despreciarlos y
distraerse con otra cosa. La mejor arma contra un mal pensamiento es otro
pensamiento, que sea bueno.
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