Décimo Mandamiento
EL DÉCIMO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS ES:
NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS.
Este
mandamiento está contenido en el séptimo. Pero insiste en que también se puede
pecar deseando tomar lo ajeno. Se trata, naturalmente, de un deseo desordenado
y consentido. Eso no quiere decir que sea pecado el desear tener, si pudieras
lícitamente, una cosa como la de tu prójimo.
Este
mandamiento no prohíbe un ordenado deseo de riquezas, como sería una aspiración
a un mayor bienestar legítimamente conseguido; manda conformarnos con los
bienes que Dios nos ha dado y con los que honradamente podamos adquirir.
Pero sí
sería pecado murmurar con rabia contra Dios porque no te da más; y tener
envidia de los bienes ajenos
La
autoridad debe poner los medios para fomentar una mejor prosperidad pública y
mejorar el nivel de vida del pueblo, con una justa distribución de la riqueza.
Los padres deben procurar los bienes convenientes para asegurar a sus hijos un
buen porvenir. Los poseedores de riquezas deben cuidar de su mayor rendimiento
y de su acertada inversión para crear otras fuentes de riqueza y nuevos puestos
de trabajo, en conformidad con las necesidades del bien común.
Todos
debemos cooperar, con nuestro trabajo, al mayor bienestar y prosperidad pública
y privada.
Pero el
deseo de riquezas debe estar moderado por la virtud de la justicia distributiva
y social. Y no podemos aspirar a ellas sino por medios lícitos y con fines
honestos. El deseo inmoderado de riquezas con fines egoístas y medios injustos
provoca luchas sociales e incluso guerras entre las naciones.
Codicia
es la idolatría del dinero. Es un deseo de poseer sin límites que lleva a la
explotación del prójimo, o a no compartir los bienes propios con los
necesitados.
El ansia
de dinero puede esclavizar lo mismo al que lo tiene que al que no lo tiene.
La
Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes de este mundo. Pero esto no se
opone al progreso que tiende a hacer desaparecer la miseria que impide
practicar la virtud de algunos sectores sociales.
Los trabajos
fisiológicos de Bert sobre el oxígeno, necesario para nuestras células, han
demostrado que si están faltas de él, padecen y mueren; pero un exceso, también
les es nocivo, porque les resulta convulsivo(882).
Es decir,
que nuestro organismo está hecho para una medida; y lo mismo resulta nocivo una
carencia que un exceso. Lo mismo que ocurre con el oxígeno, ocurre con el
azúcar, el calor o la libertad. Tan perjudicial es una carencia como un exceso.
Y también con los bienes materiales.
Lo mismo
que hay un mínimo económico vital, debería fijarse un máximo vital no
sobrepasable para poder permanecer en el equilibrio humano.
En los
países donde el progreso ha alcanzado metas altísimas, y una libertad de
costumbres sin freno, han resultado hombres cansados de vivir. Por eso en ellos
se multiplican tanto los suicidios. La Iglesia tiene sus razones cuando enseña
una ascética de lucha y de vencimiento propio. Esta superación del hombre sobre
sí mismo, aunque exige esfuerzo y sacrificio, llena también de satisfacciones
la vida.
La
felicidad no está en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de lo que se
tiene. La felicidad brota de lo más íntimo de nuestro ser.
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