Sexto Mandamiento
EL SEXTO MANDAMIENTO DE LA LEY DE
DIOS ES:
NO COMETERAS ACTOS IMPUROS.
Hay dos actitudes erróneas hacia el sexo. Las dos bastante
comunes. Una es la del moderno hedonista, de aquel cuya máxima aspiración es la
vida del placer. El hedonista ve la capacidad sexual como una posesión
personal, de la que no hay que rendir cuentas nadie.
Para él (o ella), el propósito de los órganos genitales es su personal
satisfacción y su gratificación física, y nada más.
Esta actitud es la del soltero calavera o de la soltera de fácil
«ligue» que tienen amoríos, pero jamás amor. Es también una actitud que se
encuentra con facilidad entre las parejas separadas o divorciadas, siempre en
busca de nuevos mundos de placer que conquistar.
La otra actitud errónea es la del pacato, que piensa que todo lo
sexual es bajo y feo, un mal necesario con que la raza humana está manchada.
La postura intermedia es la acertada: el sexo no es malo, pues lo ha
hecho Dios; pero hay que usarlo según la ley de Dios.
En el sexto mandamiento se nos pide que seamos puros y castos en
palabras y obras; y tratemos con respeto todo lo relacionado con la sexualidad.
Usamos la palabra sexualidad en su sentido corriente, aunque de suyo es más
extensa que «genitalidad».
El vicio solitario (masturbación) consiste en abusar del propio cuerpo
excitando los órganos genitales para procurarse voluntariamente el placer hasta
el orgasmo. A veces, se comienza por mera curiosidad; pero si no se corrige
esta inclinación se convierte en un vicio obsesivo que esclaviza a la persona y
le desinteresa por todo lo demás: como le pasa al drogadicto.
La masturbación puede llegar a ser algo obsesivo en la persona. Hace
del placer sexual algo egoísta, cuando Dios lo ha hecho para ser compartido
dentro del matrimonio. Conozco casos de matrimonios fracasados porque uno de
los dos, esclavizado por la masturbación, se negaba a las naturales expresiones
de amor dentro del matrimonio.
Quien se deja esclavizar del vicio de la masturbación puede arruinar
la armonía sexual de su matrimonio. Una mujer joven se quejaba en la consulta
de un médico de que su marido tenía con ella muy pocas relaciones sexuales. Él
reconoció, delante de ella, que prefería masturbarse .
Quien tiene la desgracia de verse esclavizado de esta mala costumbre
debe poner el mayor esfuerzo en corregirse cuanto antes. Este vicio encadena
fuertemente, cada vez es más difícil desligarse de él, y cuando tiene
esclavizada a una persona, la envilece, la embrutece, anula su voluntad,
destroza su carácter, perturba el desarrollo de su personalidad, debilita la
fe, produce desequilibrio nervioso, hace egoístas e incapacita para amar a otra
persona.
El vicio de la masturbación lleva a la eyaculación precoz en el
matrimonio, que impide acomodarse al ritmo de la mujer que es más lenta, y es
causa de graves problemas en la armonía sexual matrimonial.
Los médicos americanos que habían tratado a muchachas que se
masturbaban, descubrieron que después de casarse resultaban esposas frígidas.
Éste es un pecado degradante, repugnante, inconcebible en una persona
delicada. Sin embargo, si después te da vergüenza confesarlo, entonces la
desgracia es doble e irreparable. Si tuviste la desgracia de la caída, no
permitas la de la vergüenza de confesarlo. Acude a un sacerdote y ábrele tu
conciencia para que te perdone y te ayude a salir de tan triste estado. Ten
confianza. Tienes remedio.
La homosexualidad es una aberración duramente castigada en la Biblia.
Es el caso de Sodoma y Gomorra. Y por eso a los homosexuales se les llama
sodomitas.
«La legalización jurídica de parejas homosexuales va en contra de la
naturaleza humana, y revela una corrupción grave de la conciencia moral
ciudadana» ha dicho D. Elías Yanes, Presidente de la Conferencia Episcopal
Española. Equiparar las «uniones homosexuales» al matrimonio es una aberración
contra la ley natural. Se hace responsable de los graves efectos negativos que
tendría para la sociedad la legitimación de un mal moral. Permitir que esas
personas adopten niños es atentar contra los derechos de estos niños que el día
de mañana, cuando caigan en la cuenta de la realidad, sufrirán taras psíquicas
al compararse con el resto de sus compañeros. Según el ABC de Madrid del 4 de
Septiembre de 1994 (pg. 52) destacados científicos están en contra de la
adopción de niños por parejas homosexuales, por los traumas psíquicos que esto
sería para el niño.
No hay que confundir los homosexuales auténticos, que no tienen ningún
interés en corregirse, con el hombre de apariencia feminoide de lo cual no es
responsable, y que puede no ser homosexual.
La homosexualidad es una anormalidad, pero no es pecado, a no ser que
se ejerza. Si se ejerce y además hay corrupción de menores, constituye
peligrosidad social. No es lo mismo el homosexual por vicio, que el que nace
así, o sufrió el impacto de una desgraciada experiencia de su infancia.
El homosexual de nacimiento que domina su tendencia y no es corruptor
del ambiente, pervertidor de menores o escandaloso público, no hay por qué
considerarlo como peligro social. La peligrosidad social no depende de lo que
la persona es, sino de lo que hace. El homosexual de nacimiento es tan
responsable de su tendencia, como lo puede ser de su defecto el miope o el
tartamudo. Por lo tanto, al homosexual que domina su inclinación no hay que
considerarlo corruptor, perverso ni degradante; si domina su inclinación, puede
alcanzar notable virtud.
Debe poner todo su empeño en dominarse. Y que confíe en Dios que le
ayudará. Él lo ve todo y es justo.
Hay que reconocer que, fuera de algunos casos de perversión
voluntaria, en la mayor parte de los homosexuales, su tendencia desviada debe
ser considerada como una enfermedad. De aquí que, por una parte, se merezca
todo el respeto y la ayuda que como a personas humanas les es debida; pero, por
otra, la sociedad, por todos los medios adecuados, deba defenderse de su
devastador contagio, tan pernicioso y destructivo para la naturaleza humana en
su presente y en su futuro.
Hay mujeres que tienen el vicio de saciar su apetito sexual con otras
mujeres. Esto es una aberración. El afecto de dos muchachas no debe repercutir
en los órganos genitales. Si es así, esa amistad es desaconsejable.
La homosexualidad en la mujer se conoce desde seiscientos años antes
de Cristo en la isla griega de Lesbos. Por eso a la mujer homosexual se le
llama lesbiana.
Hay que distinguir entre la auténtica homosexual que busca otra mujer
para su actividad sexual, y el afecto muy frecuente en adolescentes hacia
mujeres mayores que ellas por las que llegan a sentir verdadera adoración; pero
con ausencia total de actividad sexual. Esta tendencia desaparecerá en cuanto
se enamoren de un hombre La heterosexualidad es una inclinación de la misma
naturaleza personal del hombre. Pero el homosexual aunque no sea un pervertido,
es un invertido, que ha sufrido una desviación del instinto sexual natural.
La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar
el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la
persona. La castidad cristiana supone superación del propio egoísmo, capacidad
de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio y en
el amor .
La castidad es el gran éxito de los jóvenes antes del matrimonio. Es,
además, la mejor forma de comprender y, sobre todo, de valorar el amor. No es
una negación de la sexualidad, sino la mejor de las preparaciones para la vida
conyugal. Porque es un entrenamiento en la generosidad, en el deber y en el
dominio de sí mismo, cualidades tan importantes para el ejercicio de la
sexualidad humana.
La pureza es una virtud eminentemente positiva y constructiva que
templa el carácter y lo fortalece.
Produce paz, equilibrio de espíritu, armonía interior. Purifica el
amor y lo eleva; es causa de alegría, de energía física y moral; de mayor
rendimiento en el deporte y en el estudio, y prepara para el amor conyugal.
El Papa Juan Pablo II dijo a los jóvenes en Lourdes el 15 de agosto de
1983: «Los que os hablan de un amor espontáneo y fácil os engañan. El amor
según Cristo es un camino difícil y exigente.
El ser lo que Dios quiere, exige un paciente esfuerzo, una lucha
contra nosotros mismos. Hay que llamar por su nombre al bien y al mal». También
Juan Pablo II dijo a los miles de jóvenes reunidos en Rímini (Italia) en agosto
de 1985: «Quieres encerrarte en el círculo de tus instintos? En el hombre, a
diferencia de los animales, el instinto no tiene derecho a tener la última
palabra».
El apetito sexual es sobre todo psíquico. Si no se arrancan las raíces
de la imaginación es imposible contener las consecuencias en la carne.
Por eso es necesario saber dominar la imaginación y los deseos. El
apetito sexual aumenta según la atención que se le preste. Como los perros que
ladran cuando se les mira, y se callan si no se les hace caso.
Esforcémonos por ver todo lo que tiene el vicio de repugnante y
abominable. Esto nos ayudará a amar la castidad. Todo lo que tiene ella de
grande y de noble, de dominio propio y de respeto, lo tiene el vicio impuro de
bajo y despreciable.
Rafael Gómez Pérez resume la concepción cristiana de la sexualidad así:
«a) Dios estableció la institución matrimonial como principio y
fundamento de la familia y de la sociedad.
b) El sexto precepto del Decálogo -no fornicar- protege el amor humano
y señala el camino moral para que el individuo coopere libremente en el plan de
la creación, usando la capacidad de engendrar, que ha recibido de Dios,
solamente dentro del matrimonio.
c) El sexo es un don de Dios abierto a la vida, al amor y a la
fecundidad. Su ámbito natural y exclusivo es el matrimonio. Jesucristo elevó el
matrimonio a la dignidad de sacramento.
d) La generación no es el resultado de una fuerza irracional, sino de
una entrega libre y responsable -es decir, humana- de acuerdo con la dignidad
natural de la persona creada por Dios.
e) Como los demás mandamientos, el sexto precepto del Decálogo está
impreso en la naturaleza humana, es parte de la ley natural, y, por tanto,
obliga a todos los hombres.
f) La virtud de la castidad consiste esencialmente en la ordenación de
la función sexual al fin que Dios le ha señalado; por eso es una virtud
positiva que se ha de vivir según las características de la vocación regida por
Dios: virginidad o matrimonio.
g) Con frecuencia, la corrupción de las costumbres comienza por los
pecados contra la castidad; se tiende a querer justificarlos, de modos
diversos, a través de la deformación del juicio de la conciencia.
h) Por tratarse de una exigencia de la ley natural, todos los hombres
reciben de Dios la ayuda necesaria para cumplir este precepto del Decálogo. Por
otra parte se señala la necesidad de medios sobrenaturales que Dios no niega
nunca a los creyentes que los imploran por medio de la oración».
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